Hoy sería el cumpleaños número 63 del chef, escritor y conductor Anthony Bourdain. Él es una de las figuras televisivas que más han marcado mi vida y en su momento escribí unas pequeñas notas sobre él y lo mucho que aprendí de él. Este escrito fue originalmente publicado en Tumblr.
Pensé que el día de hoy sería un buen día compartirlo por aquí. ¡Espero no lo odien!
El día de hoy, durante uno de esos breves momentos de respiro que tengo en el laboratorio, visité uno de los pocos sitios de noticias no bloqueados por la empresa en la que trabajo. Apenas se cargó la página, brincó a mi atención la fotografía de mi conductor favorito, Anthony Bourdain, y sonreí al pensar en qué aventura estaría a punto de sumergirse. Tristemente, el comentario que acompañaba a la imagen provocó una emoción contraria a la que solía experimentar con perfil del neoyorquino. Anthony Bourdain, 61 años, fue hallado muerto en su habitación de hotel en Estrasburgo, Francia.
La noticia me impactó como pocas lo habían hecho antes. Me quedé sin aire y leí al menos tres veces el encabezado con esperanza de haberme equivocado. Sin embargo, al enterarme de los detalles de la noticia, el asunto quedó más que claro: Bourdain se había suicidado.
El mundo ha perdido a muchas personas maravillosas debido a la depresión y al suicidio y se podría hablar largo y tendido sobre el tema. Sin embargo, soy una persona egoísta y preferí sentarme a escribir sobre Bourdain y lo mucho que marcó mi vida.
Descubrí a Anthony Bourdain en su programa No Reservations. En ese entonces ya era un chef reconocido a nivel mundial y era especialmente famoso por su franco modo de hablar. Su programa sobre viajes y comida era diferente a cualquier otro que hubiese visto antes. Bourdain no limitaba sus degustaciones a los restaurantes elegantes o a las elaboradas cocinas de los hoteles, sino que se adentraba a las calles de las ciudades que visitaba y se mezclaba con los locales. Visitaba el pequeño puesto de tacos oculto en una de las esquinas del centro histórico de la CDMX, al enorme mercado ubicado en uno de los muchos muelles del Amazonas, al humilde grupo de bosquimanos del desierto del Kalahari o a los pequeños locales de hot dogs de Nueva York. Acompañado de buena comida, bebida y algún invitado con quien conversaba sobre la situación actual de la localidad, Bourdain me permitió viajar por todo el mundo cuando aún no tenía capacidad para hacerlo.
No Reservations me acompañó a lo largo de mis estudios de ingeniería. Era un gusto llegar al fin de semana no solo porque podría descansar, sino porque llegaría el domingo y podría ver un nuevo episodio de su programa. Siempre me preguntaba qué cosa nueva aprendería de él y de sus amigos y siempre cumplían mis expectativas. En 2013 Bourdain rompió su relación con Travel Channel y, afortunadamente, inició una nueva con CNN con quien creó una nueva serie: Parts Unknown. Este nuevo programa era semejante a No Reservations, pero nos encontramos con un Bourdain más cansado, más mesurado y también más sabio.
No pretenderé que Bourdain era un hombre perfecto. Burdo, agresivo y necio, en ocasiones cometió juicios equivocados y muchos episodios le vimos enfrentarse contra de sus propios prejuicios. Su presencia televisiva era, en ocasiones, humorística y más de una vez le vimos emborracharse hasta la médula y pelear en contra de la resaca al día siguiente. Bourdain discutía con sus acompañantes de viaje, reía con los locales y, en ocasiones, experimentaba el miedo a lo desconocido. Bourdain era imperfecto. Bourdain era real.
Su franqueza era igualada únicamente por su empatía. Recuerdo bien el episodio de No Reservations en el que fue al desierto de Kalahari y recibió un festín por parte de los bosquimanos. La generosa comida estaba compuesta por un huevo de avestruz y un trozo de carne de facóquero (con todo y vísceras sucias). La comida fue apenas cocida en un improvisado horno en la arena, los bocados estaban repletos de suciedad y con cada mordisco se podía ver el sufrimiento del conductor. Él mismo aceptó que aquella había sido su peor experiencia culinaria hasta el momento. Sin embargo, nunca rechazó la hospitalidad de los bosquimanos y probó cada alimento a sabiendas de que, para ellos, una comida tan generosa ocurría en contadas ocasiones. Respetaba los pueblos que visitaba, escuchaba a sus habitantes y aprendía, junto con nosotros, el valor de probar cosas diferentes.
En sus viajes fue testigo de las guerras, del hambre, de la pobreza y del miedo, pero también nos mostró el lado alegre de esas tierras que nos causan pesar con apenas escuchar su nombre. Sí, los cementerios de Haití están repletos de cuerpos sin reconocer que dejó el terremoto del 2010, pero los haitianos son alegres y generosos y no temen salir en grupo para tocar sus instrumentos y cantar por todas sus calles por el simple hecho de saberse vivos. Sí, Irán es una tierra que ha sido asolada por violencia y terrorismo, pero aun así su gente se levanta todos los días a trabajar y en las tardes convive con sus amigos y familia ya sea en casa o en el boliche. Sí, una guerra estalló en Líbano durante la grabación de uno de sus programas, pero los libaneses son personas amables y candorosas que aman con vehemencia a su país. Lo bueno se mezclaba siempre con lo malo y, a final del día, todos los lugares que visitaba conformaban el enorme paraíso que es el mundo.
Bourdain hablaba siempre con cariño de mi país, México. Alababa la simpleza y franqueza de su comida. Catalogó los tacos de aguacate con chicharrón como el desayuno perfecto: barato, rápido y delicioso. Hablaba de los mexicanos que le acompañaron durante sus muchos años en las cocinas de los restaurantes y defendía con ahínco a los inmigrantes indocumentados que trabajaban arduamente en una tierra que por tantos años ha renegado de ellos. Presentó la hipocresía americana de repudiar a los inmigrantes mientras se enriquecía con su trabajo y nos demostró que el mejor modo de combatir el miedo era con el conocimiento, con la capacidad de comprender a aquello que tememos y así convertirlo en parte de nosotros.
En sus últimos años defendió fuertemente a las mujeres y habló en contra del maltrato que se les daba tanto en la farándula como en el mundo culinario. Defensor del movimiento #MeToo, Bourdain se alió a la causa con una vehemencia poco común en un hombre con su presencia en los medios de comunicación.
Bourdain me enseñó a viajar. Me demostró que lo más importante es conocer el verdadero modo de vivir de las personas. Me enseñó lo valioso que es escuchar a la gente. Lo maravilloso que es experimentar cosas nuevas y enfrentarte a tus propios temores. Hizo que anhelara conocer un mundo lleno de tristeza y alegrías, ya fuese por cuenta propia o por los muchos medios que tenemos hoy en día. Me enseñó que debo tomarme la vida menos en serio, que hay que apreciar la buena bebida y que la mejor comida es esa que te hace sudar mientras la comes. Me hizo entender que no era necesario ser prefecto, pero que todos los días teníamos que dar nuestro mayor esfuerzo para convertirnos en una mejor persona a la que éramos el día anterior.
Aprendí mucho de él y me entristece enormemente saber que sus relatos han llegado a su fin. En un mundo repleto de miedo a lo diferente, Bourdain era un faro de empatía, un hombre que se atrevía a decir: quizá nosotros estemos equivocados, quizá las cosas no son como parecen. Era como un tío lejano que llegaba ocasionalmente de visita y que me enseñaba cosas nuevas. Para mí era, sin temor a decirlo, un mentor que atizaba mi curiosidad y mi amor hacia la vida.
Espero que este acontecimiento despierte la curiosidad en las personas que no tuvieron el gusto de conocerlo, que la gente lo lea, que vea sus programas y que descubra, junto con él, lo maravilloso que es el mundo y lo increíble que es su gente.
Anthony Bourdain será recordado y extrañado por todos aquellos que le vimos relajarse con un buen licor y empacharse con un grasoso y delicioso guisado de carne. En donde sea que esté, espero que haya alcanzado la paz y felicidad que merecía y espero de corazón que sus palabras sigan haciendo eco en el planeta hasta que aprendamos a no temernos los unos a los otros, o bien, que dejemos de existir.
Mientras te mueves por esta vida y este mundo, realizas cambios pequeños; aunque minúsculas, dejas huellas tras de ti. A cambio, la vida –y los viajes– te marcan. La mayor parte del tiempo, estas marcas –sean en tu cuerpo o en tu corazón– son hermosas. Otras, en cambio, son dolorosas.
Anthony Bourdain (1956-2018)